Que el rap es de izquierdas no es debatible
Texto: Aldo Conway
«El rap ha sido siempre reivindicativo contra un sistema o stablishment, por ello la izquierda la reivindicaba. Ahora el stablishment es la izquierda y es lógico que surjan raperos contra eso. Esa es la noticia porque se sale de la norma». Esto lo dijo hace unos días el presidente de las Nuevas Generaciones del PP, Ignacio Dancausa, a colación de un fragmento de un videoclip de Jincho en el que ataca al colectivo trans. «Revolución cultural», decía. Bien.
De unos años a esta parte, la música Hip Hop, dentro de la que se encuentra el rap, está teniendo un éxito de enormes dimensiones a nivel mundial: Kanye West, Travis Scott, Lil Uzi Vert o Drake, son algunos de esos grandes nombres que lideran los tops mundiales de escuchas. Claro que, el rap de ahora no tiene demasiado que ver con el que se hacía antes. Hay muchísimo debate al respecto: ¿Es mejor, peor?, ¿Se ha desvirtuado la esencia?, ¿Debemos volvernos reaccionarios ante la evolución de un género musical que no tiene ni cien años de antigüedad?
Todas estas preguntas suscitan discusiones todos los días dentro de los foros y espacios comunes que compartimos muchos amantes de esta cultura. Es un debate más o menos sano. A veces se pierden las formas y se menosprecia la posición del otro, pero siempre existen puntos en común; muchos de ellos, van más allá de los gustos musicales de cada cual.
Suele haber más quorum en el fondo que en la forma. Esta cultura, a diferencia de otras, va ligada a una ideología. Guste más, o guste menos. Es música negra, una hija del soul, del blues y del jazz; prima del funk, hermana del R&B. En el metal, por ejemplo, existe una polarización muy fuerte: hay tantas bandas nazis como de extrema izquierda, hay bandas cristianas, bandas satánicas, bandas escocesas independentistas y bandas escocesas unionistas. En el rock, el espectro se inclina más a la derecha, aunque, como en el metal, hay de todo.
En el rap, no. Es importante tener en cuenta que, si digo que el rap está ligado a la izquierda, no estoy diciendo que si te flipa la Faenna tengas que votar a Podemos. Hablamos de valores. El Hip Hop se desarrolló como una cultura de combate, como un arma de los deprimidos barrios negros para denunciar la pobreza, el odio racial y la segregación: la voz del guetto. Una idea comunitaria, de apoyo mutuo; redes e infraestructuras alternativas que les permitían soslayar las barreras del sistema.
Unos años en los que la dupla Reagan-Thatcher, en Estados Unidos y el Reino Unido, trataron de desmantelar mediante recortes y cambios profundos tomados en un espacio de tiempo muy corto toda la estructura pública del bienestar, lo que provocó una oleada de pobreza que no se veía desde las guerras mundiales.
La segregación racial que empezaba a superarse con las conquistas de derechos civiles en los sesenta y setenta dio paso a la segregación de clase, que aislaba a buena parte de las comunidades pobres de las grandes ciudades estadounidenses. La patria era el barrio y el Hip Hop ha sido, de iure, su folklore y su marca. De eso hace décadas, porque donde antes el mensaje tenía un peso mayor, ahora se presta más atención y cuidado al sonido.
Los productores han cobrado, por fin, el protagonismo que merecen y, a diferencia de muchos MC’s, ellos sí saben de música. Por eso se ha llegado a públicos que antes ni se soñaban. Decía Tote King en el programa de Risto Mejide, hace unos años, que teníamos «el tontipop en la radio a todas horas«. La razón es sencilla de entender: melodías pegadizas, canciones alegres y artistas medio carismáticos era más de lo que necesitaba el público general.
Nos hemos vuelto exigentes. La música urbana -odio este término, pero lo utilizaré para aglutinar tanto el Hip Hop como el reggaeton y otros géneros del movimiento-, es ahora a donde todos miran cuando buscan referencias, musicales, creativas o estéticas. Dijo Trueno que «el rap es el nuevo rock’n’roll» y se armó un lío tremendo en Argentina. Pero tenía razón. La música se ha democratizado, casi toda en general, un buen micrófono, un portátil más o menos potente y una tarjeta de sonido de cuarenta pavos sirven para sacar un banger.
La accesibilidad y los referentes musicales han dado el empujón a que cientos y miles de chavales y chavalas se hayan lanzado a labrar una carrera musical. Y eso es bueno, pero tiene un inconveniente: es estadísticamente imposible que, de cada cuantos buenos, no salga un merluzo. Los de CPV o Gente Jodida salían en los noventa a apalizar nazis. La madre de Tupac, Afeni Shakur, fue una miembro destacada de los Panteras Negras. ‘Rap vs Racismo’ será un meme, una colabo naif y más tibia que una piscina infantil, pero es una muestra de por dónde van los tiros. Lo de rapear en mítines nazis viene de ahora.
Porque serán muchas cosas, pero idiotas no. Serán cutres, burdos y maliciosos, pero no son tontos. Saben cuáles son los canales para acceder a ese nuevo público, no tan politizado, no tan escorado a la izquierda. Vemos pulseritas de Vox en conciertos de Delaossa, de Natos y Waor, de Ayax y Prok. No precisamente por acercamiento ideológico, sino por esto que digo de las estadísticas. A más público, más idiotas.
La ‘profesionalización’, según Jorge Dioni, es un eufemismo para decir ‘privatizar’, o ‘capitalizar’; el efecto colateral es el aumento de capital disponible en el mercado; es decir, más pastel para repartir. La fiebre del oro de la música urbana. Todos quieren ser Gloosito. Spoiler: nadie puede ser Gloosito, pero la trampa está ahí. Nos hemos dejado llevar por los éxitos efervescentes y las carreras de proyección galáctica.
Ya no estaba solamente el flipao’ que aspiraba a jugar en Primera División, ahora también hay Josemigueles y Juanantonios que de verdad creen que van a triunfar en la música sin tener ningún tipo de talento. Prueba de ello es la proliferación de anuncios en redes sociales. «¿Quieres aprender a producir exitazos?«, «¿Quieres escribir letras de rap profesionales?«. ¿Conocéis a Tomás Segura? Buscadlo en Google. Es un tipo con diez oyentes mensuales en Spotify que asegura que hará de ti poco menos que un Prodigy de Ciudad Real. ¿Morirá de éxito el rap? Recordemos al Cruzzi. A veces Dios te castiga dándote lo que deseas.
El rap no es un género anti-stablishment. No compremos el marco discursivo de la derecha: el rap es música de izquierdas. Punto. No hay debates, no hay peros, no existe ninguna discusión posible. Si el mundo fuese un lugar justo e igual para todos, ¿El rap pregonaría lo contrario? ¿Defendería la tiranía por encima del bien común si ese fuese el stablishment? ¿Si le pongo un boombap a un discurso de Abascal lo podemos llamar rap también? ¿Conoció realmente Kase O al espíritu de las plantas? Es más: ¿Es Javier Ibarra el Miguel Bosé del spanish rap game? Demasiadas preguntas, y todas tienen la misma respuesta: no. Excepto lo de Miguel Bosé. Lo de Miguel Bosé es verdad.
Los coqueteos de Kanye con los supremacistas blancos, Prok diciendo que quiere invertir en pisos turísticos en su propio barrio, la Mala Rodríguez convertida en la Muy Mala Rodríguez. Tantos otros. No son actitudes que debamos tolerar, ya no como audiencia, como público. La cultura es de todos, es inclusiva, jamás ataca al oprimido. Imagina a un cantaor de flamenco escribiendo letras contra el pueblo gitano. No tenemos que aceptar estos cambios como algo inevitable. No debemos permitir que ganen la batalla cultural, porque quien domina la cultura, domina el mundo.
Cuando Andrea Levy dijo «Aquí somos más de Yung Beef», Yung Beef le contestó: «Pues yo creo que Yung Beef te vaciaría un cargador en la pierna si pudiera«. No aceptéis menos que esto. Hip Hop es Percless hablando de irse a varear olivos a las 5 de la mañana. Es Piezas dejándose los lomos por sacar adelante a su familia, pese a sus intereses musicales. Es Dano retratando Lavapiés. El rap es el puto Saske, no el Santaflow de los cojones.